Lo más parecido a la vida de
Alan García es una de esas películas de mafia, en la que vemos a Robert de Niro
haciendo de un Al Capone excesivo y panzón, que tiene comprado al jurado que va
a decir si es culpable e inocente, y se ríe desafiantemente de las pruebas
contundentes de sus acusadores. Finalmente Capone pierde, pero el símil peruano
aún sigue sobreviviendo a todos los procesos.
Nadie discute que los cargos
que la Megacomisión imputa al expresidente García son abrumadores. No sólo
abusó descaradamente del derecho de gracia que se le asigna a los presidentes
para alterar las sentencias de algo así como el 30% de los procesos penales
desarrollados durante su período de gobierno, principalmente en temas de
narcotráfico, construyendo un sistema de justicia (o de anti-justicia),
paralelo al existente; sino que manipuló instituciones como el Ministerio
Público, el Poder Judicial, la Policía, la Marina de Guerra y hasta el cuerpo diplomático, para manejar
las pruebas que podían ser comprometedoras para su gobierno en los casos BTR y
petroaudios.
No sólo dictó decretos de
supuesta urgencia para realizar gastos en obras públicas, para mantener el
crecimiento, en una etapa de crisis, con lo que direccionó las adjudicaciones
entre el mismo grupo de empresas amigas y produjo arbitrarias modificaciones en
las autorizaciones de gastos inflando los presupuestos; sino que incluyó un
estadio en una lista de colegios a ser remozados, declaró concluidas obras que
estaban sin terminar y otras que no se habían empezado, entregó a título
gratuito un aeródromo donde se formaban los pilotos de aviación civil para que
se haga un negocio de venta de viviendas, y mostró tremendos desequilibrios
patrimoniales entre ingresos y egresos, es decir salió de la segunda presidencia
mucho más rico que lo que era en el 2006, siguiendo el precepto que lo ilumina
de que la plata llega sola con el poder..
Por todo eso García tenía que
responder ante el Pleno, haciendo uso sin límite de su derecho de defensa,
considerando que el Congreso estado obligado a hacerle un antejuicio si
consideraba que hay motivo para acusarlo ante la Justicia. Eso hubo en 1991, en
las Cámaras de Diputados y Senadores también por enriquecimiento ilícito y
otros temas, en los que fue hallado culpable y no terminó ante los jueces
porque vino el golpe de abril del 92 que le permitió salir al extranjero y
empezar a construir la leyenda del perseguido político que se daba la gran vida
entre Bogotá y París, con dinero que nunca explicó de donde salió. Según todas
las evidencias García se llenó los bolsillos y se convirtió en nuevo rico en
los años en que casi todos los peruanos nos convertimos en nuevos pobres o muy
pobres, bajo los efectos de la hiperinflación y la recesión económica. Dos décadas
después, Al García se hizo más que millonario luego de su segundo paso por el
poder. Y cuando debía ser llevado ante el Congreso para que responda por sus
acciones, el tipo se río a barriga batiente porque ya tenía asegurado un juez
que lo iba a salvar.
ALGO DE HISTORIA
Al final del gobierno de
Fujimori, había aún una cuenta aún pendiente sobre la cabeza del expresidente
García, que debía responder por los delitos de enriquecimiento ilícito y
soborno, que ya se habían judicializado existiendo pruebas irrefutables de que
los bienes y dinero que tenía al finalizar su primer gobierno no correspondían
para nada a los ingresos que percibió esos años, lo que indicaba que se habían
obtenido presumiblemente por procedimiento ilícito, y un informe fiscal
contundente sobre las coimas que se entregaron por el proyecto del tren
eléctrico de Lima. Otros casos como el depósito de las reservas nacionales en
un banco mafioso y la venta a traficantes de armas de los Mirage que se habían
encargado a Francia, quedaron en el tintero en los años de la dictadura. Pero
con lo que se tenía, más el hecho de que García había sido declarado reo
contumaz por no presentarse a la Justicia, era suficiente para que con el
regreso a la democracia se castigara a quién la oscureció y degradó en la segunda
mitad de los 80, sembrando los gérmenes de la autocracia posterior.
La clase política, sin
embargo, ya no quería sancionar a García y armó un tinglado para otorgarle la
prescripción. Se eliminó la contumacia y se reajustaron los cargos, para que el
tiempo hiciera su efecto y el expresidente pidiera volver nada menos que para
postular otra vez a la presidencia. El propio Toledo le comunicó en París, el
arreglo cuando le convenía tenerlo de rival para ganar las elecciones. Paniagua
también se allanó. Después de todo, parte de los votos que lo hicieron
presidente de transición vinieron del APRA. Tocado por la suerte, el ego
colosal aterrizó en Lima sin causas pendientes, a pesar que los casos de El
Frontón, Comando Rodrigo Franco y otros seguían pesando sobre la cabeza de sus
colaboradores, y Agustín Mantilla iba preso por recibir dinero de Montesinos en
nombre del Partido, que por supuesto lo expulsó inmediatamente.
EL PRESENTE
Con esos antecedentes, no
debería sorprender tanto que García creyese que el grupo de trabajo de Sergio
Tejada no podría inquietarlo. Para esto hicieron gran bulla en las semanas de
cambio de gobierno en el 2011, para que no fuese Javier Diez Canseco, el
expresidente de la comisión sobre delitos económicos de Fujimori, el que
presidiese las nuevas investigaciones. Recuerdo que cuando Javier tuvo claro
que Humala lo pondría de lado para no adelantar una pelea con el APRA, me dijo
que iba a postular a Tejada que a pesar de su inexperiencia le parecía honesto
y que podría sobreponerse a las presiones que serían brutales. El tiempo le dio
la razón, y Sergio va camino de ser el único activo de valor de un gobierno que
dio la espalda a la mayor parte de sus promesas.
Hasta la famosa citación del 8
de marzo para que García concurriera a la Megacomisión el 3 de abril, donde
diría que Dios le había dictado los narcoindultos y narcoconmutaciones, y que
ponía la mano al fuego por Miguel Facundo Chinguel, el ego colosal creía que la
investigación era un paseo. Pronto sus
abogados lo convencerían que estaba pisando terreno minado y que su mayor
peligro eran sus propias declaraciones. Por eso la puntería quedó puesta en
declarar inválidas sus citaciones y lo que García dijo en cada una de ellas.
Increíblemente pidió ser
nuevamente citado y volvió a reclamar que se anulara lo dicho en la nueva
citación, y de paso todo lo investigado que incluía otras declaraciones,
documentos y demás materiales incriminatorios. Y cuando todos pensaban que
García iba a tener que explicar en
público el cúmulo de evidencias en su contra, de pronto supimos que el
expresidente aún tenía como Capone, una carta de la que no estábamos enterados.
El juez Velásquez Zavaleta ya había recibido en enero el pedido de nulidad de todos
lo actuado después que la comisión atendiera su nulidad anterior. Y ahora el
golpe maestro era anular después de concluidos los informes y disuelto el grupo
de trabajo. Una operación mafiosa que ha herido profundamente la moral del
país. Y mientras el grandote ríe, el país empieza a entender que sin acabar con
el poder de García no hay democracia y Justicia que valgan en este pobre país.
Publicado en Hildebrandt en sus Trece
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