Apenas llegó al poder lo encuadraron |
Patricia Wiesse
Directora de la Revista Ideele
Gerardo Saravia
Editor de la Revista Ideele
Un político de una raza en extinción, de esos que
realmente cree en las causas. Además, un periodista crítico, a veces duro,
incómodo, proscrito en la mayoría de espacios y medios. Además, un luchador que
parece haber vencido a la enfermedad. En la primera parte de esta extensa
entrevista con Wiener, presentamos sus reflexiones sobre Ollanta Humala, al que
conoce muy de cerca.
¿Cómo se inicia tu
acercamiento con Ollanta Humala?
Como la transición
se había quedado a medio camino, en el año 2006 yo me convencí de que Humala
podía modificar el escenario político. Era el único que tenía un discurso en
contra del modelo económico que no estaba siendo cuestionado por los otros
candidatos. Empezó a hablar de revisar los contratos, criticó las
privatizaciones. Y en vez de aislarse, se aisló la izquierda que obtuvo un
0.5%. Justamente yo venía siendo, desde el periodo de Fujimori, una suerte de
investigador de las privatizaciones y de la corrupción del gobierno, un poco en
la línea de mi maestro Malpica, y era obvio que al encontrarme con Humala,
sentía que él era el único que estaba dispuesto a levantar estos temas.
Y entonces
comenzaste a escribir a su favor.
Antes de las
elecciones de ese año, escribí apoyándolo críticamente. Yo no tenía nada que
ver con él, pero después de la segunda vuelta fui a visitarlo para felicitarlo
por la batalla que había dado. Me recibió amablemente en su local de Parque
Sur, y me agradeció. Después supe que estuvo muy desmoralizado, pero en ese
momento no lo transmitía. Me acuerdo que cuando conversábamos le dije que había
abierto un camino para la victoria en la siguiente elección. Y en ese momento
me planteó que trabajara con él. Nunca pensé que ése podía ser el resultado de
la conversación. Me pareció insólito, desafiante. Después he aprendido que
Ollanta Humala establece las relaciones así. Un día conversa contigo y puede
terminar contratándote.
¿Carlos Tapia ya
era su asesor?
Sí. Justamente esa
noche Tapia salió al balcón a hacer una explicación sobre el Frente Nacional. Y
así terminé como su asesor. Me pareció un desafío interesante, y además me
ofrecía una remuneración.
¿En qué consistía
tu trabajo?
Tenía que ir a las
8 de la mañana. Leía los periódicos y analizaba la coyuntura. Él llegaba a las
9, yo le explicaba qué estaba pasando, y hacía un memo para él y para los
congresistas nacionalistas. A eso de las 11 de la mañana me iba a mi trabajo.
Hice eso durante 8 meses. Allí empezó mi relación. En ese momento iban
surgiendo una serie de propuestas. Por ejemplo, me preguntó si era necesario
tener un diario propio. Yo le dije que eso era muy caro, que pensara bien, que
un diario del partido no funciona para nada. Hubo varias ofertas de proyectos
de diarios que le trajeron. Él me sentaba a su lado como asesor, le decían que
había que hacer un estudio de mercado que costaba tanto, y después cuando nos
quedábamos solos yo le decía que lo estaban estafando. Porque el resultado del
estudio de mercado iba a arrojar que había un montón de diarios y que no se
necesita otro. Y eso ya lo sabíamos.
¿En qué más lo
asesorabas?
Él y yo hemos
discutido de casi todo. Siempre lanzaba sus ideas e iniciativas, pero no como
una imposición sino haciendo una pregunta. Un día me dice: ‘Oye Raúl, ¿qué te
parece si yo levanto la consigna amnistía para todos los presos políticos, para
todos sin excepción? Yo le digo: ‘Así quieres resolver lo de Antauro’. Y me
responde: ‘Bueno, es una manera’. Yo le vuelvo a decir: ‘Puede discutirse
teóricamente, pero políticamente sueltas eso y revientas. No puedes’. Tapia pensaba
que debía diferenciarse: Ollanta el radical, Antauro es extremista. Ollanta lo
miraba desconfiado. Después le sugería a los parlamentarios: ¿Y si proponemos
una ley para liberar a los etnocaceristas? Y le respondían: No, de ninguna
manera porque nos quemamos. Terminaba la conversación y se quedaba conmigo.
Entonces me decía: ‘Tú no estás contento’. Y yo le contestaba: ‘Tú eres el que
no está contento. Tú esperabas otra respuesta’.
Su inseguridad es
evidente. ¿Está perdido o le cuesta tomar decisiones?
Alan García
anuncia que va a cambiar el mundo y después te dice: ‘para qué te lo creíste’.
Ollanta Humala anuncia que va a cambiar el mundo y después te dice: ‘Uuy, no
pude cambiar el mundo’. Sufre su traición. Pero le cuesta mucho mantener sus
posiciones. Un día le dan una serie de beneficios carcelarios a Antauro y todos
le caen encima. A los pocos días sacan a su hermano a golpes y lo llevan a la
Base del Callao. ¿Cuál es Humala, el que le da los beneficios o el que lo
ordena golpear y encerrarlo en la base? Parece que no puede enfrentar
directamente un problema. Decir: es mi hermano, déjense de vainas.
¿Si por él fuera,
le daría libertad a Antauro?
Claro que sí. Pero
es la familia Adams. Antauro dice que es un guachimán de Palacio, pero se
beneficia con algunas cosas que logra por el hermano. Don Isaac sale y declara
que su hijo se ha pasado a la derecha de Alan García, y luego en un evento les
dice a los de izquierda que son izquierdistas de salón y que no comprenden. No
se entiende. Es un tipo de razonamiento complejo que los hace ir de un lado
para el otro. Si uno compara a Antauro con Ollanta, el primero es cien mil
veces más leído. Sabe de historia y tiene una agilidad mental impresionante.
Sin embargo, Antauro es capaz de cualquier locura y tiene actitudes que él dice
que son desafiantes al sistema. En cambio Ollanta es prudente hasta la
exageración.
Volviendo a la
primera época, del 2006 al 2010 se centraron en el Congreso y en prepararse
para la siguiente elección. Sin embargo, suponemos que los nacionalistas no
tenían claridad en cómo hacer para llegar a la meta.
Humala creaba
organismos políticos a diestra y siniestra. No podía comprender cuál era la
organicidad. Decía: ‘Este tema me ha gustado. Vamos a crear una instancia’. Y
creaba una. Al día siguiente tenía una reunión con otra persona y creaba otra.
Él tenía una ‘instancia’ temprano conmigo, y luego otra con Tapia y conmigo.
Nos invitaba a la comisión política sin que fuéramos miembros del Partido
Nacionalista, y ésa era otra ‘instancia’ de la que entraba y salía gente. Esas
reuniones que tenía con nosotros, que parecían el germen de un espacio político
para decidir cosas con alguna gente calificada, empezó a debilitarse porque se
tomaba un acuerdo y él no lo cumplía, o lo cumplía como quería. No era un
espacio de decisión real. Después se rellenó de parlamentarios, y en cada
reunión ellos daban sus informes, y yo ya no tenía nada que hacer ahí.
¿Cómo veías al
partido? ¿Era realmente una organización?
Yo lo definiría
como un tumulto. Y eso se vio clarísimo cuando ganó las elecciones. Todo el
mundo quería puestos de trabajo y había manifestaciones afuera del local. No
hubo interés en crear y fortalecer el partido. Recuerden que Ollanta forma
parte de los políticos post noventa que no solo son caudillos sino que imaginan
que los pre requisitos electorales son formales. El proyecto es él. En los
estatutos del partido él se nombró a sí mismo como presidente perpetuo. Luego
nombraron un comité ejecutivo que era la familia, el grupo más allegado, y que
no funcionaba para nada, solo para decir que ‘el comité político lo decidió’.
Conversando hace
años con Carlos Tapia, cuando era el otro asesor, él nos dijo que estábamos en
otra época, que no se necesitaban partidos sino una alianza con frentes
regionales.
Es verdad que
pensamos eso, y fue un error mío también menospreciar el partido. Lo hice
porque tenía el concepto de que era un tumulto, y también porque de ahí venía a
veces una presión desde la derecha del partido. Mientras que Humala parecía el
tipo dispuesto a abrir el diálogo con gente como Tapia o como yo, en cambio en
el partido había celos contra nosotros. Algunos reclamaban que tenían una gran
militancia porque habían llegado 6 meses antes.
¿Ideológicamente
cómo se definía el partido?
Era un sancochado.
Un tumulto con sancochado. Había mucha gente que venía de la izquierda y que
tenían ideas marxistas, otros venían de Perú Posible, y después había gente muy
extraña que miraba el partido como se mira a una empresa, no porque lo vieran
como un negocio a corto plazo, sino en el sentido de que funcionaban de manera
fría, casi empresarial.
¿Y cómo actuaban
los militares que apoyaban a Humala?
Los militares eran
muy graciosos porque ahí el comandante gritaba al coronel y éste al general.
Eso era lo típico ahí. Eran oficiales de alto rango, que habían sido jefes de
Ollanta, pero él no los respetaba, los trataba de manera terrible. A nosotros
jamás nos trató así; supongo que nos tenía respeto intelectual. A ellos les
cuestionaba todo, hasta cuando rendían las cuentas de un viaje les preguntaba:
‘¿Y por qué acá dice jugo de naranja?’ Al famoso Villafuerte lo sacudía por
aquí y por allá. Por eso nunca he creído que era el otro Montesinos.
Villafuerte era
como su secretario personal.
Sí, Villafuerte me
llamaba y me decía: ‘Mira Raúl, ha salido un wikileaks que compromete al
general Paul Da Silva en algo de narcotráfico. Él es el general que dio el
discurso contra Ollanta en el año 2005. Te lo doy para que lo analices”. Esa
era su función. Entonces yo lo analizaba desde el punto de vista periodístico y
pensaba cómo se podía manejar. Si yo le pedía más información, solo podía darme
la de tipo militar, pero no la política. En ese caso concreto, incluso ese
wikileak era falso. A pesar de que a uno Da Silva pueda caerle mal, no es
narcotraficante, sino que fue injustamente acusado por culpa de Hidalgo y de
Morán, los generales de la Dinandro.
¿Y te hacían caso
cuando tú les aconsejabas cómo actuar?
Como asesor tenía
acceso a una serie de informaciones, participaba en las decisiones y había una
gran apertura para que pudiera opinar.
¿Hasta cuándo duró
esa primavera democrática?
En el año 2007
empieza el proyecto de La Primera. No salió de ahí sino que lo traje yo, a
Humala y él se lo dio a Martín Belaunde para que se hiciera cargo. Entonces los
dos hablamos con alguna gente que debía poner el dinero. Al final Martín
Belaunde dio un golpe de mano y se quedó solo con el proyecto. Lo compró él
solo, a espaldas de mí también. Martín me llamó y me dijo que me iba a proponer
como jefe de investigación y entré a trabajar.
Belaunde ya solía
hacer ese tipo de movidas.
Pero no me la hizo
a mí sino a los que iban a invertir. Mis problemas con Martín son otros y de
otro carácter.
¿En ese momento
dejaste de ser un asesor rentado?
SÍ, y dejé de
tener un horario fijo. Iba prácticamente todas las semanas cuando él me
llamaba, porque el ritmo del periódico era intenso. Hemos tenido discusiones de
todo tipo, a veces muy enérgicas, fuertes.
¿Humala te parece
un tipo formado políticamente?
No, más bien la
impresión que sigo teniendo es que se aprende unas cuantas cosas, y si tienen
sentido para él, se aferra a ellas y se siente seguro. Pero no es una persona
que lea con continuidad, que esté tratando de crear un pensamiento propio.
Retrospectivamente,
¿piensas que le debiste aconsejar a Humala que fortalezca su partido?
Yo no necesitaba
decírselo porque había unos asesores españoles que trabajan con él y que se lo
repetían. Yo, además, si en algo he fracasado en la vida, es en construir un
partido. Ya no me meto en eso porque me paso las 24 horas del día escribiendo.
Me he vuelto muy individualista. Soy ensimismado, me meto en lo mío y me olvido
de los demás. Ese tema me preocupaba solo desde el punto teórico. Mi análisis
me hacía ver que ése era un problema, pero no le daba pautas.
¿Ninguno de
ustedes estaba en eso?
Yo creo que Tapia,
con esa idea de los frentes, quería sacar otro partido del partido, con Gana
Perú. Estaba soñando porque eso no era posible. Él no renunció a lo
organizativo, tan es así que formó Ciudadanos por el Cambio.
En la época del
90, los partidos de izquierda abandonaron su crítica al sistema. Como has
dicho, el que Humala fuera ser un agitador contra el modelo económico fue su
gran aporte.
Lo que pasa es que
la izquierda sufrió una derrota profunda en la década de los 90, perdió un
enorme espacio ganado y tuvo un problema muy grande para comprender lo que
había pasado. Entonces algunos concluyeron que había que buscar el centro.
Pero, ¿buscas el centro volviéndote centro o aliándote con el centro? Y la
izquierda entró en eso para salir del entrampamiento en que la había puesto
Fujimori. Éste había corrido el escenario tan a la derecha que los partidos de
izquierda sentían que su prédica tradicional los aislaba completamente y
querían transformarla.
Pero hemos visto
que el discurso era solo para ganar las elecciones.
Hay algo que yo no
calculé: cuál era la profundidad de la derrota del movimiento social, qué tan
desarticulado estaba, y la incapacidad que había de cuadrar a un caudillo
radical con masas, con gente. En realidad la izquierda ni se lo planteó. Yo
pensé ilusamente de que Humala iba a estar dispuesto a arriesgar la cabeza.
El bolsón que él
congregaba era el mismo de Fujimori.
Yo creo que era
propio. Convocaba a un mitin y era de microbuses, de multitudes, todos
populares, cero clase media, cero estudiantes. Humala los encendía, y la
izquierda nunca iba a esos mítines. Solo iban Dammert y otros que estaban en el
estrado. Pero ningún militante se sentía motivado para ir a la base, lo
despreciaban. Yo creo que fue una alianza pragmática, de conveniencia porque él
tenía la inscripción y la posibilidad de ganar, sin construir puentes con ese
despertar social que había detrás de él.
¿Cuál fue el
encanto del discurso humalista? ¿Esta desideologización? ¿El hecho de que fuera
militar, caudillo? ¿Su nacionalismo?
A mí me decían:
‘Si tú eres un tipo formado, leído, qué haces con Humala?’ Yo sé más que
Humala, pero si me presento como candidato, no pasa nada. Él tiene una
comunicación con las masas que yo no tengo. Por el contario, el estilo que yo
tengo para explicar las cosas me aleja de ellas. Él tiene una magia con la
gente. Y eso tiene que ver con la fractura del Perú: a una persona profesional,
limeña, le parece elemental; pero esa elementalidad es con la que él sabe
llegar al pueblo. Él podía transmitir ideas sencillas, repetitivas y movía la
gente.
¿En cuanto a su
llegada, se le podría comparar con Barrantes? El estilo sabemos que es
completamente diferente.
Sí pues, Barrantes
tenía el encanto del humor, un punto querendón con los niños, con la gente. Era
un tío, un buen maestro, un buen comunicador. Pero la población no sentía que
había salido de ella. En cambio Ollanta era algo así como un mesiánico, un
líder que había aparecido y la gente decía: ‘Por fin alguien de nosotros habla
así’.
Y el hecho de ser
militar le da puntos en este país.
Como dice la
canción, a la gente le gustan los militares. Y esto plantea situaciones
confusas. Les gusta porque es autoritario, pero a la vez porque es
nacionalista, porque es radical. Y se les puede armar un Frankenstein en la
cabeza.
Humala es un tipo
pragmático en política.
Irónicamente
pragmático porque la familia de la que proviene es muy ideologizada.
¿Lo ves corrupto?
A él no. No sé si
lo puedan corromper.
¿Tuviste relación
con Nadine?
Sí, pero nunca
imaginé el papel que iba a cumplir. Por otro lado, yo pienso que hay una
mitología que ella misma ha alimentado. Eso no permite ver qué papel juegan
algunos personajes. Castilla no juega al papel del amigo. Han banalizado la
infiltración política del sector privado en el espacio público.
Ahora es claro que se trata de un gobierno de derecha,
¿pero en sus primeros momentos la izquierda no fue muy dura con él? No quiso
tragarse ningún sapo.
Yo me lo tragué.
Yo no tengo una ruptura frontal con Ollanta hasta finales del 2011 donde me
pongo muy duro. Antes soy crítico pero a la vez defiendo la consulta previa,
creo en la sobre ganancias mineras, entrevisto a Lerner que habla de la gran
transformación como un proceso gradual. Los que se pusieron durísimos desde el
comienzo fueron los de Patria Roja.
¿Podía haber hecho
Humala mucho más de lo que hizo?
Por supuesto, si
no entonces Evo y Correa son fenómenos porque tuvieron correlaciones parecidas
o peores. Correa ni siquiera tenía partido. En el mitin de la victoria en la
Plaza de Armas volvió a hablar de las reformas con un tono que indicaba que
estaba dispuesto a romper cáscaras para freír huevos. Pero detrás de eso ya
estaba la capitulación básica que era entregarle el BCR a Velarde y el MEF a Castilla.
Favre convenció a Siomi Lerner de que en un primer momento había que hacer
alguna clase de pacto con los neoliberales, que el MIDIS sería el contrapeso
del MEF.
¿Después de la
victoria te volvió a llamar?
En noviembre del
2011 Ollanta me llamó a su oficina en Palacio para conversar. Me recibió y me
dijo: ‘Hola Raúl, ¿cómo has estado? Te invitado como amigo, porque somos
amigos’. Él me veía como parte del cogollo y no como a un aliado de la
izquierda. Después continuó: ‘Aunque tú eres de los que crees que me he vuelto
de derecha’. Yo le respondí: ‘No Ollanta, tú no eres de derecha, yo te conozco
bien. Pero estás rodeado de gente de derecha’. Y me dijo: ‘Sí, pero ellos creen
que me tienen controlado’. Me imagino que no pensó que me lo iba a creer. Lo
que me quería decir es que había una etapa que él tenía que caminar como
neoliberal.
¿Tú no crees que
Ollanta había previsto su cambio para cuando llegara al poder, que su discurso
era falso?
No. Si me
preguntan si Alan García tenía un discurso falso, sí. Estoy absolutamente
seguro. Si me preguntan si lo tenía Toledo, les preguntaría cuál discurso. Ésa
es mi medida de estos tres personajes representantes de la democracia. Ollanta
pensó que un presidente no debe hacer lo que quiere sino lo que debe, pero
apenas llegó al poder lo encuadraron.
¿En qué momento?
La misma noche que
ganó las elecciones. Cuando despachaba en el PNUD salía clandestinamente para
tener reuniones con la gente de la CGTP y de la izquierda. Se escapaba porque
los de protocolo no lo dejaban ordenar su agenda.
¿Seguiste
asesorándolo?
Yo no fui parte de
la campaña electoral. En octubre de 2010 hubo un mitin por el aniversario de
Locumba en El Agustino y había un montón de gente. Ese fue el último discurso
de izquierda que le escuché a Humala. Empezó con una arenga utilizando el poema
de Heraud: “Porque mi patria es hermosa, y si la derecha hubiera escuchado
atenta el discurso, lo hubiera acusado de terruco. En los días siguientes, Alan
García declaró que si ganaba Humala se pondría a la cabeza de un golpe de
estado. Ollanta me llamó por teléfono para preguntarme qué pensaba, y me invitó
a su local dela avenida Mariátegui. Le dije que no diera una conferencia de
prensa, sino que se buscase una entrevista y que hiciera una declaración que
suene. Me dijo que estaba harto y que creía que iba a renunciar a esto. Le
dije: ‘Entonces habrá llegado la hora de la insurrección. Me avisas’. En la
tarde vi a Ollanta sentado en medio de sus parlamentarios haciendo su
conferencia de prensa, y todo salió hasta las patas.
¿Cuándo llegan los
brasileros a dirigir la campaña?
Deben haber estado
desde octubre del 2010. Yo no me di cuenta que desde el 2009 había roto con los
venezolanos, y que éstos cuestionaron a Nadine quien muy rápidamente giró hacia
Brasil. Yo nunca vi a Favre ni supe que estaba acá. Ellos comenzaron a hacer
focus groups, contrataron a Datum para que hiciera una encuesta, y convencieron
a Nadine de que el Ollanta del 2006 no ganaba las elecciones del 2011. Ollanta
se quiebra y le dicen que hay que hacer otro candidato. En diciembre, en
Ciudadanos para el Cambio, me encargan hacer el discurso de lanzamiento de la
plancha presidencial. Lo consulté con Alberto Adrianzén, Javier Diez Canseco y
Manuel Dammert e incorporé sus correcciones. Ollanta dio su discurso pero
descontextualizó mis frases. No había enemigos, nadie que fuera un corrupto,
nadie que oprimiera al otro. Todo elemento de confrontación había sido
eliminado.
Una especie de
hoja de ruta.
Sí, en la que los
problemas se resolvían con programas sociales. Era un gobierno popular que
pondría en marcha programas populares. Me acuerdo que Javier Diez Canseco
estaba molesto y me dijo que no había dicho nada sobre las mineras. Ollanta me
citó para que le hablara de mis observaciones a su discurso. Le respondí que no
había dicho lo sustancial: contra qué nos alzamos, quién causa la injusticia en
el país. Me respondió que sus asesores le habían aconsejado cambiar su imagen
dura y confrontacional.
¿Pero hasta ese
momento no eras tú el asesor?
Claro, eso me
sorprendió. Me di cuenta que en ese mismo momento estaba siendo despedido. Pero
igual le dije que esa idea de buscar la reconciliación me parecía para la
segunda vuelta, y que en este momento había que mantener al núcleo de gente que
había votado por él siempre. Me dijo: ‘¿Te refieres a los radicales?’ A los
radicales los tengo en el bolsillo. Ya en la primera vuelta estaba light; no es
que cambiara en la segunda.
Pero tenía razón.
A los radicales ya los tenía en el bolsillo porque no tenían otra opción.
Es cierto, ya los
tenía en el bolsillo. El problema era qué tipo de relación estaba construyendo
con los “radicales”. Porque votaron por él, pero después la cosa reventó cuando
creyó que lo iban a apoyar con Conga. A partir de ese momento, yo también era
un radical al que tenía en el bolsillo. Tuve que apoyar la campaña, a pesar de
que no me dieron lugar ni en la Comisión de Campaña. Era como si no existiera,
como si le hubieran dicho que ya no era más útil.
¿Conocías la
orientación de la campaña de Favre?
En enero se
produce una reunión en casa de Lerner donde se nos invita a los de Ciudadanos
por el Cambio. Allí se lee una encuesta de Imasen donde Ollanta aparecía con el
12%. Entonces Lynch sostuvo que Ollanta ya no tenía la frescura de antes, que
había perdido la espontaneidad. Favre dijo que eso era todo lo que podía dar
Ollanta por él mismo, y que recién se iba a empezar la campaña. Su teoría era
que si solo se dirigía al sector radical, perdía. Si quieren decirme que Favre
también tenía razón, seguro. El Ollanta rígido aprendió que podía tener cuatro
personalidades según las circunstancias. Ya no reconocía al tipo más o menos
transparente.
Luego de ganar él
tenía que demostrar que seguiría la hoja de ruta.
Es por eso que
cuando salieron los wikileaks contra Rospigliosi, él dijo que no iba a ir a la
embajada y al final va y hace una declaraciones contemporizadoras. Después
visita a Cipriani. Él se encargaba de apaciguar la imagen de radical que
todavía lo perseguía porque estaba pensando hacer creíble la hoja de ruta.
¿Cómo actuó la
izquierda en ese momento?
Ollanta no hubiera
resistido una segunda derrota, se caía. La izquierda sí porque tiene la lógica
de la acumulación por los siglos de los siglos amén. La izquierda no se la
creía y no se preparó para ganar sino para tener parlamentarios. La izquierda
que yo conozco siempre ha tenido muy poca voluntad de poder, no se da cuenta
qué es lo que está en juego en cada momento.
¿Y después de eso
cómo fue tu relación con Ollanta?
Lo vi cuando se
ganó la primera vuelta, una que otra vez para cosas del periódico, otra vez que
me llamó para preguntarme qué podía decir en la polémica con Fujimori. Y
finalmente cuando ya fue electo nos saludamos muy cariñosamente en el estrado.
Pasaron los días y yo quedé afuera. Claro que si hubiera ido al hotel Los
Delfines para mi saca manteca algo me hubiera caído.
En tus columnas
eres un poco más duro con Ollanta que cuando hablas de él.
En la columna soy
duro con todo el mundo. La última vez que vi físicamente a Humala fue en el
hospital cuando estuve enfermo. Me llamó antes de salir y me dijo que cualquier
cosa que necesitara él estaba a mi disposición porque éramos amigos. Es un
gesto que nunca voy a olvidar. Y no solo fue ése sino varios a lo largo de los
años que nos conocimos, en momentos personales difíciles. Una vez a mi hija le
robaron el celular y él le compró uno.
Entrevista con
Raúl Wiener
Publicado por Revista
Ideele Nº 241
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