ALIANZA MALDITA |
Marcelo Colussi
En el campo de las
ciencias psicológicas existe un principio que dice: "ahora se repite activamente lo que antes se padeció
pasivamente". En términos epistemológicos las transpolaciones no
siempre son recomendables; a veces, incluso, pueden producir monstruos
teóricos. Las realidades sociales no pueden explicarse en virtud de conceptos
válidos para el ámbito individual. La psicología social, sin embargo, es uno de
esos campos donde lo micro puede revelar el universo macro.
El pueblo judío ha
sido, desde el legendario éxodo bíblico, un colectivo marcado por la exclusión,
la persecución, el escarnio. Proceso milenario que concluye con el
Holocausto a manos de la locura nazi, donde murieron seis millones de sus
miembros, es decir, alrededor de una tercera parte de su población mundial en
ese entonces. Sin ningún lugar a dudas, su historia como pueblo ha sido una de
las más sufridas en la humanidad.
Hoy día el Estado
de Israel lleva a cabo una política de terrorismo y agresión pavorosa;
nada, absolutamente nada lo puede justificar, y las tropelías que comete contra
el pueblo palestino son tan atroces como las que sufrieran los judíos en los
campos de exterminio de Europa durante la Segunda Guerra Mundial.
¿Qué ha pasado
ahí? ¿Cómo puede explicarse esta mutación tan asombrosa en tan poco tiempo?
¿Es cierto que se repite activamente lo que se padeció pasivamente? "Los
árabes", ha expresado el ultraderechista actual mandatario israelí Ariel
Sharon, "sólo entienden la fuerza, y ahora que tenemos poder los
trataremos como se merecen"; "y como solíamos ser tratados",
agregó con mucha perspicacia el politólogo palestino-estadounidense Edward
Said.
El Premio Nobel José Saramago dijo en algún momento que
"Israel está haciendo perder el capital de compasión, de admiración y de
respeto que el pueblo judío merecía por los sufrimientos por los que pasó. Ya
no son dignos de ese capital". Afirmación fuerte, excesiva quizá. No se
puede decir que "el pueblo judío" está llevando adelante esta
política (política de Estado que
pretende consolidar una ocupación permanente sobre los territorios palestinos
que Israel ilegítimamente anexionó con violencia en 1967 y que, pese a una
enorme cantidad de resoluciones de Naciones Unidas, se niega a abandonar.
Política que se ha profundizado con los programas de asentamientos de colonos
israelitas en el territorio ocupado, con la construcción de un muro para
asfixiar la viabilidad futura de Palestina y, finalmente, con la sistemática
comisión de asesinatos selectivos a los que cada vez nos tiene más
acostumbrados, donde campea exultante la más odiosa impunidad). Es el elenco
gobernante el responsable de todo esto. Y se podría agregar que lo es, en el
marco de una connivencia del imperialismo estadounidense, que hace de Israel su
punta de lanza en Medio Oriente. También hay voces judías que piden terminar
con esta locura militarista, con la política anexionista, sectores que buscan una
paz genuina.
Una visión tendenciosamente simplificada –y maniquea– de
la situación de esta región del planeta pretende hacer ver la lucha entre
judíos y árabes como consustancial a la historia. Pero en verdad este conflicto no es religioso, ni tampoco racial, por
cuanto los palestinos son tan semitas como los judíos y durante siglos han
convivido en paz. Es un conflicto de proyectos estratégico-militares,
internacional y territorial, con grandes intereses económicos de por medio, y
que se anuda con vericuetos psicosociales muy complejos donde no está ausente
algún mecanismo por el que las históricas víctimas juegan ahora el papel de
victimarios (¿su venganza como pueblo?)
Desde su nacimiento como estado independiente el 14 de
mayo de 1948, la historia de Israel no ha sido sencilla. En realidad, si bien
amparándose en el deseo histórico de un pueblo paria de tener su propio
territorio, surge más que nada como
estrategia geoimperial de las grandes potencias occidentales, Gran Bretaña y
Francia entre las principales, con los intereses petroleros como trasfondo.
La vergüenza, la admiración y el respeto que hizo sentir el Holocausto de seis
millones de judíos, preparó las condiciones para que ese nacimiento pudiera
tener lugar. Una "compensación histórica", podría decirse.
En un primer momento Israel no jugó el papel que
actualmente se le conoce; por el contrario, trató de mantener una política de
neutralidad entre los bloques de poder. Pero ello duró poco; para comienzos de
los 50 comienza a alinearse con una de las potencias que libraban la Guerra
Fría: los Estados Unidos, y la doctrina de la neutralidad es desechada. En 1951 el premier israelí David Ben Gurión
propuso secretamente enviar tropas de su país a Corea del Sur como ayuda a la
guerra librada por Washington contra la pro soviética Corea del Norte. Pero
durante la década de 1950 Estados Unidos no estaba interesado en fomentar la
inestabilidad del Medio Oriente, cuyas principales zonas de interés coincidían
con los intereses inmediatos del mayor grupo petrolero norteamericano en el
Golfo Pérsico y en la Península Arábiga. Por eso en esa época los aliados
estratégicos del militarismo israelí fueron Francia y Gran Bretaña.
Luego de la Guerra
del Sinaí de 1956 la situación regional empezó a preocupar a la administración
de Washington, con Eisenhower a la cabeza. Para ese entonces comienzan a
caer los regímenes monárquicos apoyados por Gran Bretaña, y en su lugar se da
el ascenso de proyectos militares antioccidentales que acudieron a la ayuda
militar soviética. Kennedy fue el primer presidente estadounidense que le
vendió armas a Israel, y a partir de 1963 comenzó a forjarse una alianza no
oficial entre el Pentágono y los altos mandos del ejército israelí. Esta
supeditación de los intereses nacionales a la lógica del enfrentamiento entre
las por ese entonces dos superpotencias globales por zonas de influencia y
control en el Medio Oriente no sólo reprodujo la lógica del conflicto
árabe-israelí, sino que echa mano –sin saberlo seguramente– de esa trágica
historia del paso de víctima a victimario: "ahora que tenemos poder los
trataremos como se merecen". Si se quiere –la psicología lo dice y la
historia lo confirma–, es muy fácil encontrar enemigos y fantasmas a la vuelta
de la esquina (¿nuestra trágica condición humana?)
Desde ese momento
el joven Estado de Israel pasa a ser la vanguardia estadounidense en esa
convulsa región, importantísima para
los intereses estratégicos del Tío Sam (reserva petrolera y zona de contención
de su archirival, la Unión Soviética).
Para inicios de los 70 Estados Unidos ya había alcanzado
su techo de producción petrolera doméstica, por lo que las reservas de Medio
Oriente pasan a ser, cada vez con mayor empeño, de importancia vital para su
proyecto hegemónico. En esa lógica –lamentable para los judíos, importante para
la estrategia expansionista israelí, que no es lo mismo– Tel Aviv entrará a
desempeñar un papel decisivo en la lógica estadounidense. Tanto, que comienza a
ser –y lo sigue siendo hasta la fecha– su "niño mimado".
No es ninguna
novedad que Israel vive, en muy buena medida, de la "cooperación"
estadounidense: 3 mil millones de dólares al año (el 17 % de la ayuda
externa mundial entregada por Washington). Por un complejo anudamiento de
intereses, el lobby hebreo de la súper potencia –con un gran poder de cabildeo,
sin lugar ha dudas– ha conseguido que tanto la administración federal como
importantes sectores de la iniciativa privada, destinen ingentes recursos al
país mediterráneo. La inversión, por supuesto, no es gratuita. Israel, más allá
de sectores pacifistas de los que también hay, como estado nacional cumple a la
perfección su mandato, no muy oculto por cierto, de defender intereses
extraregionales: es el gendarme armado hasta los dientes que la geoestrategia estadounidense
destina a la región.
Esta operación militar-policial en gran escala que las
fuerzas israelíes efectúan con la más campante impunidad no tiene por objeto
–como pomposamente se declara– impedir atentados terroristas (de hecho, de ser
ése su objetivo, ha fracasado estrepitosamente), sino aniquilar la militancia
palestina –"todos los palestinos son sospechosos de terrorismo"– como
paso necesario para disciplinar a este pueblo, al que se pretende seguir
ocupando y controlando, y a toda la región en definitiva. En otros términos:
sirve como mensaje.
La inestabilidad, los conflictos y las guerras periódicas
son el medio funcional para el florecimiento de los negocios de las
corporaciones de la industria de armamentos y de las grandes empresas
petroleras.
Lo trágico en este anudamiento de intereses complejo es
el papel al que se destina a un pueblo tan sufrido como el judío. Por supuesto
que la generalización a que nos invita Saramago puede ser peligrosa: no todos
los judíos son Ariel Sharon. Pero no hay dudas que los preceptos de la
psicología obligan a seguir la reflexión: dadas las circunstancias todos
podemos pasar del Dr. Jekill a Mr. Hyde. El Estado de Israel nos lo recuerda
patéticamente.
mmcolussi@gmail.com
https://www.facebook.com/marcelo.m.colussi
No hay comentarios:
Publicar un comentario