¿O PARA QUE HAYA MAS CORRUPCIÓN? |
Estas elecciones locales y
regionales han puesto sobre la mesa, una vez más, el grave deterioro de la
representación política en el Perú. Este deterioro se expresa hoy como
corrupción y como radicalismo político. La corrupción la tenemos en los
candidatos sentenciados por delitos diversos, pero también en los candidatos
involucrados en graves escándalos de corrupción. En casi todos los casos no hay
explicaciones y los corruptos o denunciados como tales continúan en carrera sin
que haya fuerza capaz de detenerlos. Es indudable que los atrae el imán de la
política, pero ya no como la preocupación por la solución de los problemas de
todos, sino como un negocio particular del cual seguir sacando provecho para
sus bolsillos.
Al fenómeno de la corrupción,
sin embargo, se junta el de los candidatos radicales. Sin un perfil político
definido por alguna ideología sea de izquierda o derecha, o alguna
reivindicación étnica mínimamente elaborada; aparecen candidatos que rechazan
lo que se les pone por delante más allá de lo que esto implique. El “cerrar la
Sunat” de Walter Aduviri en Puno quizá sea una muestra de ello, pero también
los encontramos en Junín, Huancavelica y Apurímac. Podemos achacar esta actitud
a la casi ausencia de candidaturas de izquierda o centro izquierda con alguna
posibilidad de triunfo, donde las postulaciones de Gregorio Santos en Cajamarca
y Zenón Cueva en Moquegua podrían ser la excepción.
El deterioro de la
representación remonta sus orígenes inmediatos a la antipolítica que ha
impuesto el neoliberalismo, tanto en dictadura como en democracia, fragmentando
la sociedad y destruyendo el trabajo con sus políticas económicas, así como
promoviendo el salir adelante “por cuenta propia” como ideología en boga. Sin
embargo, tiene su explicación también en la propia política, que nos presenta
un panorama de Estado capturado por los intereses particulares y partidos que
han cedido su función primordial de poner la agenda pública a los grandes medios
de comunicación, así como movimientos y partidos a los que les reprime si se
atreven a plantear la situación.
Esta falta de política y de
Estado es la que permite que la fragmentación social aflore también y con
relativa rapidez en el ámbito de la representación y la convierta rápidamente
en el negocio grande de los lobbies empresariales y en los múltiples negocios
grandes, medianos y pequeños, que la economía delictiva (narcotráfico, trata,
lavado de activos, minería y tala ilegales, asalto a las arcas públicas)
desarrolla a lo ancho y largo del Perú.
La salida a construir frente a
esta corrupción y la falsa alternativa radical es más y mejor política. Hay
necesidad de insistir en la democratización de esta democracia. Para ello
debemos enfrentar la criminalización de la protesta que asoma frente a
cualquier reclamo social y también denunciar la corrupción, ya sea la de
“cuello y corbata” que se muestra en los lobbies de estos días, supuestamente
protegida por alguna legalidad, como la de la economía delictiva que se
esfuerza por controlar los procesos electorales.
SI FRACASAMOS FRENTE A LA CORRUPCIÓN HABREMOS PERDIDO LA DEMOCRACIA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario