El entierro del capitalismo
desbocado, la crisis financiera mundial y el verdadero padre del modelo económico
en un excelente análisis.
Por Mario Bunge (*) | 27.10.2008
La carátula de un número
reciente de la National Review mostraba una lágrima que se desliza por la
mejilla de Adam Smith. Por si no lo recuerda el lector, éste fue el fundador de
la teoría económica moderna y paladín del mercado libre, mientras que National
Review es uno de los órganos más estridentes de la ultraderecha norteamericana.
La lágrima de Adam Smith
simboliza la tristeza que sentía ese sector político al ver que Dubya, a quien
adoraba tanto como despreciaba, anunciaba desde el Rosedal de la Casa Blanca el
entierro del capitalismo desbocado que dominó la política norteamericana desde
Ronald Reagan.
En efecto, el presidente Bush
(h) acababa de anunciar que su gobierno regalaría 700 mil millones de dólares a
los bancos que estaban en bancarrota debido a su incompetencia, deshonestidad y
codicia.
Pocos días después, el mismo
desventurado presidente de la que fuera la única superpotencia restante
anunciaba que su gobierno nacionalizaría parcialmente unos cuantos bancos
otrora prósperos.
La franja extremista de su
partido puso el grito en el cielo o, mejor dicho, en el infierno: ¡eso es
socialismo! Al igual que Lenin y Stalin, confundían socialismo con estatismo.
Adam Smith les hubiera
aplicado a esos banqueros fracasados su política de laissez faire: les habría
dejado fundirse, y con ellos a su clientela, casi toda gente humilde.
La semana siguiente, Alan
Greenspan, quien presidiera el Banco Central de los Estados Unidos durante 18
años, declaró en el Congreso que la súbita crisis lo había tomado por sorpresa
y que no la entendía.
Al preguntársele si se
arrepentía por haber preconizado y logrado la eliminación de controles
estatales a la actividad financiera, admitió haberse equivocado y reconoció que
es precisa alguna intervención estatal en la actividad económica privada, para
evitar lo que los mexicanos llaman el “desmadre”.
El caso de Greenspan tiene
especial interés para los economistas, porque este individuo fue un fiel
discípulo de la escuela austriaca de economía, encabezada por Ludwig von Mises,
Friedrich von Hayek y Murray Rothbard. Esta escuela se hizo famosa en los
Estados Unidos gracias en parte a la campaña de Ayn Rand (el seudónimo de Alisa
Rosenbaum).
Esta mujer formidable fue una
novelista y ensayista enormemente popular, aunque sin otra credencial académica
que una licenciatura en pedagogía obtenida en la Universidad de San Petersburgo,
poco antes de emigrar a los Estados Unidos.
El joven Greenspan fue miembro
del círculo íntimo de Ayn Rand en Nueva York. De ella aprendió su “egoísmo racional”, así como su “anarco-capitalismo” y su oposición visceral
a toda reforma social. Greenspan declaró que siempre había creído que el
egoísmo que aprendió de su admirada Ayn Rand, y tan natural en quienes manejan
dinero ajeno, les impediría a los banqueros asumir riesgos irracionales.
Ni la maestra ni su mejor
alumno entendieron que una sociedad de egoístas es tan imposible como un
partido anarquista, ya que no hay convivencia sin toma y daca.
Además, la expresión ética egoísta es contradictoria, porque la ética
se ocupa de la conducta moral, la que es pro social, no antisocial. Tampoco entendió
el banquero de banqueros que los bancos no pueden prosperar si no gozan de la
confianza de sus clientes, y que para merecer tal confianza deben limitar su
codicia, su afán por explotar y su estupidez.
En todo caso, la National
Review tenía razón: Bush, paladín del capitalismo decimonónico, lo estaba enterrando.
Ronald Reagan, Margaret Thatcher y el general Pinochet, así como Milton
Friedman, Frederick Hayek, Ludwig von Mises y los demás economistas al servicio
de los súper ricos, se hubieran escandalizado. Y Adam Smith hubiera derramado
una lágrima por el fallecimiento de la política de laissez faire.
Pero la National Review se
cuidó de mostrar la otra mejilla de Adam Smith: también sobre ésta corría una
lágrima, aunque por un motivo distinto: porque el gobierno de Cheney-Bush
prometía nuevos cortes al impuesto a los réditos.
En efecto, Smith era partidario
del impuesto a la renta y a la vivienda, y en particular al progresivo, al que
aumenta exponencialmente con la riqueza. En efecto, en su magistral obra La
riqueza de las naciones, de 1776, Smith alega elocuentemente en favor del
impuesto a los ricos.
En el Volumen 2, Capítulo V,
Parte II, Artículo 1 de su manual del capitalismo, Smith escribió: “Los artículos de primera necesidad
ocasionan la mayor parte del gasto de los pobres. Les resulta difícil conseguir
alimentos, y gastan la mayor parte de lo poco que ganan en obtenerlos. Los lujos
y las vanidades de la vida ocasionan los principales gastos de los ricos; y una
casa magnífica embellece y exhibe de la mejor manera los demás lujos y
vanidades que poseen. Por consiguiente, un impuesto a las rentas provenientes
de la vivienda pesaría más sobre los ricos; y tal vez una desigualdad de esta
clase no sería nada irrazonable. No es muy irrazonable el que los ricos
contribuyan al gasto público, no sólo en proporción a su ingreso, sino en algo
más que en esa proporción”.
En resumen, Adam Smith era
favorable a la imposición progresiva, de modo que le hubiera escandalizado la
política impositiva de los gobiernos reaccionarios. En particular, le hubiera parecido
escandaloso el hecho, denunciado hace poco en el Congreso norteamericano, de
que sólo una de cada tres corporaciones paga los impuestos que le corresponde.
Esta postura de Smith no debe
extrañar, ya que, antes de dedicarse a la teoría económica, había sido profesor
de ética y se había especializado en los sentimientos morales, en particular la
simpatía y la empatía, a los que consideraba la raíz de la conducta moral.
Por esto, a quienes hemos
leído al menos en parte su libro monumental, no nos extraña que se horrorizase
de los sufrimientos de los pobres de su época, en particular de los campesinos
sin tierra, cuyos hijos no llegaban a cumplir 10 años de edad debido a la grave
desnutrición.
Tampoco le hubiera gustado
saber que Gran Bretaña sigue siendo, de todas las naciones prósperas, la de
mayor pobreza infantil, a la par que los Estados Unidos es uno de los de mayor
mortalidad infantil. En resumen, Adam Smith no fue el conservador que imaginan
quienes no lo han leído. Al contrario, fue progresista en su lucha contra los
terratenientes, en su denuncia de la miseria, en su defensa del impuesto
progresivo a la riqueza y en su denuncia de la ausencia de libertad sindical.
Al fin y al cabo, todos sus
grandes discípulos, los grandes economistas clásicos David
Ricardo, John Stuart Mill y Karl Marx fueron
socialistas (desgraciadamente, ninguno de los cuatro creyó en la democracia
política).
Posiblemente, si viviera hoy,
el gran escocés sería tildado de socialista. Pero le hubiera gustado saber que
The New York Times, ese periódico conservador moderado, repudia las rebajas de
impuestos a los ricos y patrocina la candidatura de Barack Obama, quien promete
financiar nuevas inversiones sociales en salud y educación, aumentando el
impuesto a los súper ricos.
http://reconstruyendoelpensamiento.blogspot.com/2008/10/el-llanto-de-adam-smith-por-
mario-bunge.html http://www.mariobunge.com.ar/articulos/el-llanto-de-adam-smith
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