sábado, 21 de junio de 2014

DIOS ABANDONÓ A GARCÍA


Alan García resumió el respeto que le merecía el Congreso, las leyes y la Justicia con aquella frase que dice que él consultaba con Dios para decidir sobre los indultos y condonaciones de pena. Luego ha querido borrarla con ayuda de un juez amigo, arguyendo haber sido mal citado, como si eso lo hiciera inocente.
Pero lo cierto era que Dios tenía una maquinaria operando en las cárceles y a ministros de Estado recorriendo penales ofreciendo gracias del señor presidente que estaba intensamente comprometido en poner en libertad a determinado tipo de condenados que en general podía pagar para conseguirlo.
El derecho de gracia es una atribución presidencial exclusiva que le permite ser magnánimo con prisioneros que se encuentran mal de salud, o que llevan muchos años recluidos, o que han hecho méritos de conducta. Así se entiende la facultad, que no puede ser interpretada como una carta libre para liberar al que la Justicia acaba de condenar, o al que carga con delitos graves que el Estado está obligado a combatir, o que no haya mostrado ningún proceso de regeneración.
Precisando, no se trata de una capacidad discrecional absoluta que podría llevar al presidente a vaciar los presidios, que es casi lo que hace Alan García, ni  a escoger a los beneficiados de un tipo específico de delito como si se tratara de una preferencia. El ego colosal otorgó 5,246 indultos y conmutaciones (casi tres por día en un espacio de cinco años, habiendo épocas en las que salían decenas de un solo golpe) y el 61% de los casos correspondían a narcotráfico, casi 500 en modalidad agravada.
¿Era tan exacto el mandato de Dios a García?, la respuesta burlona y falsamente mística del expresidente, tenía ciertamente una explicación: García no podía explicar abiertamente el abuso en que había incurrido de su atribución constitucional. No podía sostener eso del deshacinamiento carcelario, porque en el mismo momento que indultaba y conmutaba, subía las penas y recortaba beneficios a otros presos aumentando la congestión en los presidios. Además dio gracias que alcanzaron a condenados con arresto domiciliario.
La idea de su interés humanitario era igualmente deleznable, porque sus ministros y su brazo indultador Facundo Chinguel estaban a la busca de indultables y conmutables. La cosa no venía de pedidos de los presos y sus familias. Muchos presos enfermos han muerto en prisión, mientras robustos traficantes se las picaron al exterior cuando les abrieron las puertas de las cárceles.
La extensa red para sacar prisioneros, era una organización clandestina que operaba en el gobierno aprista y que el país desconocía. De eso no se le puede culpar ni a Dios, ni a la reelección conyugal ni al miedo al candidato García. Fue un crimen contra el país, ante el cual muy pocos se atreven a ensayar alguna defensa, que como se vio el jueves, en el Congreso, no logra convencer a nadie.

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