Alan García resumió el respeto
que le merecía el Congreso, las leyes y la Justicia con aquella frase que dice
que él consultaba con Dios para decidir sobre los indultos y condonaciones de
pena. Luego ha querido borrarla con ayuda de un juez amigo, arguyendo haber
sido mal citado, como si eso lo hiciera inocente.
Pero lo cierto era que Dios
tenía una maquinaria operando en las cárceles y a ministros de Estado
recorriendo penales ofreciendo gracias del señor presidente que estaba
intensamente comprometido en poner en libertad a determinado tipo de condenados
que en general podía pagar para conseguirlo.
El derecho de gracia es una
atribución presidencial exclusiva que le permite ser magnánimo con prisioneros
que se encuentran mal de salud, o que llevan muchos años recluidos, o que han
hecho méritos de conducta. Así se entiende la facultad, que no puede ser
interpretada como una carta libre para liberar al que la Justicia acaba de
condenar, o al que carga con delitos graves que el Estado está obligado a combatir,
o que no haya mostrado ningún proceso de regeneración.
Precisando, no se trata de una
capacidad discrecional absoluta que podría llevar al presidente a vaciar los
presidios, que es casi lo que hace Alan García, ni a escoger a los beneficiados de un tipo
específico de delito como si se tratara de una preferencia. El ego colosal
otorgó 5,246 indultos y conmutaciones (casi tres por día en un espacio de cinco
años, habiendo épocas en las que salían decenas de un solo golpe) y el 61% de
los casos correspondían a narcotráfico, casi 500 en modalidad agravada.
¿Era tan exacto el mandato de
Dios a García?, la respuesta burlona y falsamente mística del expresidente,
tenía ciertamente una explicación: García no podía explicar abiertamente el
abuso en que había incurrido de su atribución constitucional. No podía sostener
eso del deshacinamiento carcelario, porque en el mismo momento que indultaba y
conmutaba, subía las penas y recortaba beneficios a otros presos aumentando la
congestión en los presidios. Además dio gracias que alcanzaron a condenados con
arresto domiciliario.
La idea de su interés
humanitario era igualmente deleznable, porque sus ministros y su brazo
indultador Facundo Chinguel estaban a la busca de indultables y conmutables. La
cosa no venía de pedidos de los presos y sus familias. Muchos presos enfermos
han muerto en prisión, mientras robustos traficantes se las picaron al exterior
cuando les abrieron las puertas de las cárceles.
La extensa red para sacar
prisioneros, era una organización clandestina que operaba en el gobierno
aprista y que el país desconocía. De eso no se le puede culpar ni a Dios, ni a
la reelección conyugal ni al miedo al candidato García. Fue un crimen contra el
país, ante el cual muy pocos se atreven a ensayar alguna defensa, que como se
vio el jueves, en el Congreso, no logra convencer a nadie.
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