La extraña denuncia de los
mineros artesanales que antes eran nacionalistas y, como tales, contribuyeron
económicamente a la campaña de Ollanta Humala, y ahora que aparentemente se han
convertido en apristas se han decidido a poner en evidencia al gobierno que los
traicionó, trae a la atención pública varios temas que parecían estar quedando
en el olvido.
Lo primero, es recordar de
donde vino el partido nacionalista. Los llamados mineros artesanales eran
efectivamente uno de sus brazos de masas más numerosos y organizados. Eso lo ha
reconocido el congresista Abugattás que realizó muchas reuniones con dirigentes
populares durante la campaña. El caso es similar al de los cocaleros y sería
tonto negar que estas relaciones existieron. Y peor, sorprenderse del elemental
pragmatismo de personas que ahora buscan otras alianzas políticas para
enfrentar sus problemas. Lo segundo, es que la financiación de la campaña fue, como en todos los partidos, una batalla por captar apoyos diversos. No tendría por qué resultar un hecho escandaloso si fuera cierto que los mineros artesanales juntaron una bolsa de 49 mil dólares porque querían que Humala ganase las elecciones creyendo que era el candidato con el que tenían mayores afinidades. Por lo menos sería mucho menos grave que la cantidad de mentiras que se consignan en los informes arguyendo rifas, polladas, donaciones de personas sin recursos que prestan su nombre, etc., y que pueden estar ocultando dineros del narcotráfico y la corrupción.
Lo tercero, es que Humala iba al poder para poner nuevas condiciones a la gran minería y obligarla a compartir las sobreganancias con el país y las regiones, y para renegociar la formalización y el reconocimiento de sectores económicos reales que habían estado en la zona gris del sistema. Este proyecto fue abandonado con la entrega de la economía a la tecnocracia, que convenció al excandidato radical e inseguro presidente, que un pacto con las grandes empresas le daría crecimiento económico y plata para sus programas de pobres, y que si quería hacer combate por el ambiente, ilegalizara el resto de la actividad extractiva que incluía a casi un millón de personas que viven de la pequeña minería, que para el MEF eran lo mismo que los depredadores ciertamente importantes que hay en Madre de Dios y otros lugares, para los que no existe ninguna ley.
Lo cuarto es que cuando Humala se compró el discurso tecnocrático quiso olvidar cómo llegó donde estaba, quiénes fueron sus enemigos y los que pagaron la campaña en su contra, y quienes los que llenaron plazas y le ganaron regiones enteras. No sé qué habrá sentido en cada enfrentamiento con los pequeños mineros en Lima y en provincias. Pero lo que no sabía es que algunos de ellos, por la razón que fuese, lo pusieran ante papeles del pasado que no hubiera querido volver a ver nunca. Y que la derecha reclamara investigar el “financiamiento ilegal” del presidente durante las últimas elecciones.
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