Algunos no entienden que lo que se está preparando en el
Perú, no es un gobierno de derecha más como los de Toledo, García y Humala, que
hemos vivido durante lo que va del siglo, ni siquiera un autoritarismo
reaccionario como el de los 90, sino una reversión muchísimo más profunda que
no será comandada por cualquiera de los candidatos de las encuestas sino por el
poder concentrado de la prensa y los grandes negocios.
Caminamos hacia una reoligarquización de la política que
sigue a la que ocurrido en la economía. Y el sentido de una cosa así es
aplastar lo que se interponga. La lectura de lo ocurrido en el Perú en los
últimos 25 años es que los mecanismos electorales y parlamentarios existentes
no logran el suficiente control y predicibilidad del sistema y que los
resultados del 2011, fueron un remezón demasiado grande y riesgoso como para
permitírselo nuevamente.
Los años que hemos estado viviendo desde entonces han
tenido a diferencia de otras oportunidades un doble sentido: por un lado
abrazar al candidato díscolo que se convierte en presidente, hasta licuarlo y
someterlo a sus caprichos, y por otro convencer que este gobierno que ellos
mismos tomaron al abordaje, es de otros, y que lo que tenemos es que
prepararnos para cuando sea reemplazado en un escenario totalmente regimentado.
Algo así como ya nos cansamos de convertir a Fujimori del
no shock a la privatización y el fondomonetarismo; a Toledo de la recuperación
popular de la democracia a la economía de PPK; a García, del cambio
responsable, a ningún cambio y al gobierno irresponsable que no responde por su
actos; a Humala de la Gran Transformación, a la gran continuación. Lo que se
espera del 2016, es una victoria de derecha con la cara descubierta, con el
consenso del dinero, con la idea clara de que hay que desalojar resistencias
sociales, con la convicción de que se estaría tomando totalmente el poder para
no dejarlo más.
Esto amenaza por supuesto la pluralidad y el juego de
partidos. Pero todos sabemos que estamos inmersos en un sistema político que se
cae en pedazos. En el que ningún sector,
ni ninguna institución ofrecen garantías. La habilidad de la derecha es
graduarnos el desencanto y hacer creer a la gente cada cierto tiempo que el
problema estaba donde menos lo imaginaba. Como ahora con las regiones, donde
parece estar toda la corrupción lo que se resuelve con presidentes presos.
En realidad el Perú se está moviendo en dirección a
generar un consenso autoritario parecido al de inicios de los 90, sobre que hay
que salirse de las normas y hacer algo con un liderazgo fuerte. Para esto se ha
introducido la palabrita hace unos días. Entiéndase por liderazgo alguien con
la fuerza del dinero, los medios y la maquinaria estatal que nos salve de
nosotros mismos.
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